El lamentable caso de José Carlos Hernández
ha consternado a toda la sociedad dominicana; no solo por la crueldad del
homicidio sino por la naturaleza del crimen. Hasta el momento, la Policía Nacional
solo ha revelado que tres asesinos a sueldo fueron contratados para matar a los
presuntos violadores de una joven de 20 años, cuya identidad aún permanece
desconocida y quien cometió el pequeñísimo error de confundir a sus victimarios
por un joven inocente.
La inseguridad ciudadana parece estar
creciendo exponencialmente y la Policía Nacional muestra ser cada vez menos
competente para hacer justicia y detener esta ola de peligro y pánico que está ahogándonos
a todos los dominicanos. Con cada titular sobre violencia vamos perdiendo poco
a poco la confianza en nuestras instituciones, especialmente en aquellas que
tienen la tarea de asegurar que este país sea medianamente habitable. Esta
falta de credibilidad en la PN y el Ministerio Publico, combinada con rabia, miedo
y sed de justicia, es lo que origina hechos tan desafortunados y trágicos como
el acontecido el pasado sábado 1ero de Septiembre.
Soy una estructuralista de nacimiento, por
tanto, me es imposible evaluar el delito como un hecho aislado en lugar de
considerarlo como un fenómeno social, resultante de una dinámica mayor y
claramente disfuncional. Con esto no pretendo excusar de ninguna forma los
hechos -en mi opinión, tanto el cerebro detrás
de la muerte de José Carlos como los perpetradores del delito, merecen la pena máxima
(y conste que estoy siendo sumamente conservadora con la sentencia). Sin
embargo, me arriesgo a afirmar que quizás si la Policía Nacional y demás órganos
del Estado hicieran su trabajo oportunamente, la ciudadanía no consideraría necesario
asumir la delicada tarea de dictar un veredicto y asegurar que se cumpla.
Si bien es cierto que el sicariato no es una
práctica nueva ni exclusiva de nuestra sociedad, no es menos cierto que es
directamente proporcional a la conformidad que sientan las personas con su sistema
policial, judicial y penal. Aunque “hacer justicia” no es la única causa de los
asesinatos a sueldo, es una de las principales, por lo que lo que la muerte de José
Carlos es una alerta roja, no solo para la población sino también para nuestros
mandatarios. Mientras nuestros policías sean delincuentes uniformados, nuestros
jueces vendan su criterio al mejor postor y una gran parte del sistema sea cómplice
por obra u omisión de las barbaries que ocurren en este pedazo de isla, la población
querrá tomar el toro por los cuernos y hacer por cuenta propia lo que entiende
que debería estar haciendo la Policía.
No es ni necesario que mencione las
implicaciones de un escenario semejante, se hicieron evidentes este fin de
semana. Nada menos que 27 puñaladas le quitaron la vida a un joven de 23 años,
en un intento fallido de cobrar venganza por una violación sexual, de la que ¡oh!
¡Sorpresa! él no fue responsable. No obstante, permítanme irme un poco más
lejos… aun se hubiese asesinado al verdadero autor, lo que ocurrió no deja de
ser sumamente alarmante. Se está originando un ciclo de personas que se
convierten en víctimas y más tarde en victimarios por la misma razón: las leyes
no le garantizan seguridad ni justicia a nadie.
Entiendo que es urgente una reestructuración
de la Policía Nacional y la implementación de una política de Tolerancia 0 con
la violencia y la delincuencia, empezando por una depuración y sometimiento de
los encargados de mantener el desorden y la injusticia con una placa en el
pecho. Además, si la nómina de la PN estuviera llena de verdaderos agentes y no
de botellas, tal vez se dispondría de los recursos humanos suficientes para dar
abasto a las denuncias de la población. No puedo obviar el trabajo de personas
como Yeni Berenice y otras destacadas por una profesionalidad y ética
intachables, que representan una luz al final del camino; lamentablemente,
hacen falta al menos 100 más como ellos para empezar a recuperar la seguridad
que hace tanto hemos perdido.
Lamento muchísimo la muerte del joven José
Carlos así como la de cientos de otros inocentes que han quedado fuera de la
vista pública, pero mientras solo los casos que llegan a la prensa sean
resueltos, el desconsuelo, el temor y la furia seguirán apoderándose de la razón
y la sensatez de la personas. Si no se reforma drásticamente la institucionalidad
del Estado y la Policía no da indicios de ser verdaderamente eficiente en su
trabajo, en algunos años veremos chalecos antibalas y no ropa sobre los maniquíes…
Pamela Martínez Achecar
This work by Pamela Martínez Achecar is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License.
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