La sociedad
nos ha hecho expertos en ocultar nuestros miedos e inseguridades como si estuviésemos
obligados por alguna norma a ser indoblegables. Los miedos se nos presentan
como la antítesis de la fuerza, y en cierto modo lo son, pero los miedos no nos
hacen débiles, nuestra incapacidad de aceptarlos sí. Auto negarse el permiso de
romperse y quebrantarse es un ejercicio exhaustivo y absorbente que nos va
haciendo demasiado duros por fuera y muy frágiles por dentro; porque nunca
tenemos la oportunidad de volver a ensamblar una mejor versión de nosotros
mismos.
Con más
frecuencia de la que me gustaría admitir me descubro perseguida a través del
tenebroso bosque de mis suposiciones, acorralada por mis inseguridades y finalmente
torturada por mis despiadadas dudas, mientras mi sonrisa centelleante promueve
una imagen fuerte y estable. Ni la más íntima de mis amigas podría imaginar la
cantidad de batallas que he librado en la introspección que suelo sumergirme cuando
no estoy pensando en mi trabajo o en qué haré el próximo sábado por la noche.
Se desata
una lucha titánica contra la incertidumbre y el pesimismo cuando empiezo a cuestionarme
si realmente soy lo suficientemente buena como para alcanzar mis metas, lo
suficientemente especial como para que alguien se enamore de mi por más de tres
meses, lo suficientemente audaz como para ser opulenta económicamente, lo
suficientemente bonita como para que el amor de mi vida se fije en mí y no en
la linda chica de largas piernas y abdomen plano. Luego empiezo a preguntarme si
tengo lo que hace falta para llegar a los destinos que anhelo y entonces me
arropa el miedo de llegar a los 60 rodeada de gatos y con un bucket list lleno
de deseos incumplidos y lamentos amargos.
Sin
embargo, lo peor de todo es tener que afrontar todo este desasosiego a solas,
porque por alguna retorcida razón no dejo de pensar que el miedo y la tristeza
me hacen vulnerable y débil. Pareciera que tengo que atender a un llamado
divino a ser el más imperturbable de los seres humanos, o al menos aparentarlo.
He sufrido más la anticipación de mis fracasos, que mis derrotas en sí mismas y
he llorado demasiadas veces sin atreverme a derramar una sola lagrima, porque
eso sería confesarle al mundo que realmente no fui suficiente.
Pero aquí
estoy… tratando de restarle fuerza a mis miedos mientras hablo de ellos. Con
suerte algún día logre convencerme de que no se supone que gane todas las
batallas y que el fracaso no es más que un asunto de perspectiva. Quizás algún
día no me avergüence de admitir mis derrotas y por fin entienda que ellas no me
definen ni me cuestionan. Puede que ese día el fracaso y la insuficiencia ya no
sean mis mayores temores, y de una vez por todas entienda que es imposible
disfrutar el trayecto aferrada al miedo de caerme.
This work by Pamela Martínez Achecar is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License.
Wao! que profundo. Comparto mucho esa idea de que las derrotas son una cosa de perspectiva, además siempre me repito a mi mismo que el miedo es atraso y muchas veces son se presentan sin fundamentos. ¡Excelente artículo!.
ResponderEliminarTe invito a pasar por mi blog de lectura:
http://leeparaquecambieselmundo.blogspot.com/
excelente articulo pam, una dura realidad que se vive sin necesidad en nuestros interiores como seres humanos pues la vida es dicha pero sus tontos parámetros la hacen desdicha, yo elegí desechar la desdicha, y simplemente vivir a plenitud de mi ser en cuerpo, alma, mente y corazón. tremendisimo articulo, me toco una fibra.
ResponderEliminarRealmente interesante Paola, me gusta bastante tu reflexión, pero creo que no tenemos que tener miedo de llegar ni a 100 años de soledad ;)
ResponderEliminarexcelente articulo
ResponderEliminarPrimera vez que te leo, quedé encantada con el post.
ResponderEliminar