A pesar de
mis planteamientos liberales y mi ruidoso ateísmo, nunca he discutido nada con
más pasión que la creencia de que querer es poder: esa quimera de que alcanzar
el éxito y superarse a sí mismo es una cuestión primordialmente de decisión.
Muchos amigos, conocidos y, muy probablemente, la mayoría de ustedes, opinan
que con suficiente determinación, todos podemos ser lo que soñemos ser. En
muchas ocasiones he escuchado personas decir, mientras citan casos
excepcionales como el de Jam Kum, co-fundador de WhatsApp, que el pobre es
pobre porque quiere. Esta forma de ver la vida nos lleva a concebirnos como los
autores de nuestros éxitos y fracasos, sin considerar que hay fuerzas mucho
mayores que la propia voluntad jugando un papel determinante.
Irónicamente,
cuando sostengo esta discusión mis adversarios suelen ponerme a mi misma de
ejemplo, argumentando que yo, que a mi corta edad he alcanzado la posición que
tengo sin haber tenido un padrino que “metiera la mano” por mí, debo saber
mejor que nadie que cada quien es dueño de su destino. Ellos, sin embargo, no
logran reconocer una serie de privilegios y golpes de suerte que han permitido
que yo sea la mujer y profesional que soy hoy. Cosas tan elementales como haber
nacido en una familia capaz de ofrecerme una alimentación apropiada en mis
primeros años de vida[1]
(y en los posteriores), con la formación y conciencia suficiente como para
llevarme regularmente a mis chequeos médicos y con la capacidad de financiarme educación
privada y de calidad, son factores sobre los cuales no tuve ningún tipo de
control pero con los que comparto la responsabilidad de mis éxitos. Esto sin
mencionar que tengo la suerte de trabajar para dos personas extraordinarias que
apoyan cada una de mis ideas y valoran mi trabajo –dicha que pocos comparten.
Cuando se goza
de ciertas prerrogativas por pertenecer a la clase media o a la neo burguesía, es
muy sencillo decir que quien no triunfa es porque realmente no ha trabajado
para ello, cuando sin estar conscientes hemos construido grandes éxitos con las
herramientas que otros han facilitado para nosotros. Pero mi intención con este
texto no es precisamente deslegitimar sus victorias, sino llevarlos a otra reflexión…
una reflexión sobre aquellos que no fueron bendecidos con los mismos
privilegios que nosotros y repensar si realmente “el pobre e’ pobre porque
quiere” o porque no se ha decidido a tirar pa’ lante.
Cuando me
embarco en esta discusión escucho con frecuencia que el pobre que quiere
superarse ahorra hasta para poner un puesto de empanadas, desconociendo que
para muchas familias dominicanas, ahorrar es un lujo demasiado caro o un
deporte demasiado extremo. Quizás en Escandinavia u otras regiones donde los
Estados tienen la capacidad de crear entornos justos para sus habitantes, me
atrevería a decir que querer es poder. Sin embargo, en el contexto
latinoamericano y muy particularmente en la Republica Dominicana, donde la
deuda social del Estado es aún mayor que la deuda pública y externa juntas, es difícil
pensar que la preparación y las oportunidades componen el éxito en igual proporción.
Lo mismo
ocurre cada vez que escucho a alguien decir, desde sus vehículos con aire
acondicionado, que darle unos pesitos a los limpia-vidrios o a los mendigos es
alimentar el parasitismo social y el ocio, que ellos deben trabajar por su
dinero. Yo me pregunto si durar 12 horas bajo la lluvia y el sol, soportando
los insultos, las burlas y la indiferencia de la gente es un trabajo tan
sencillo. Yo me pregunto si alguien realmente cree que esos jóvenes eligen
trabajar en los semáforos, si ellos escogen la indigencia por encima del
trabajo decente… si realmente son pobres porque no se han esforzado lo
suficiente para dejar de serlo.
Supongo que
a este punto estarán pensando en esos ejemplos extraordinarios del colmadero
que era limpiabotas y ahora tiene hasta carro propio; del gerente que tenía que
elegir entre el desayuno y la cena porque no podía pagar por ambos y hoy gana
RD$60,000.00 al mes; de Howard Schultz, nacido en la pobreza y actual
presidente de Starbucks o de Oprah Winfrey, quien no necesita presentación. Todos
los anteriores son, sin lugar a dudas, ejemplos de trabajo duro, esfuerzo y
preparación. Pero ninguno de nosotros ve que quizás cuando el colmadero era
limpiabotas se ganó RD$3,000.00 jugando Quiniela y Palé y con eso compro los
huevos y la harina de sus primeras empanadas; quizás el gerente tuvo la suerte
de tener una tía donde quedarse mientras iba a la universidad; quizás Howard
Schultz fue de los afortunados que no tenía que aportar económicamente en su
casa, dejándole suficiente tiempo para enfocarse en sus estudios y quizás Oprah
Winfrey le agradó a alguien en una estación de radio cuando era joven. Pequeños
hechos que hacen grandes diferencias.
Pero
pretender establecer una regla a partir de estas excepciones nos conduce a
juzgar injustamente millones de personas cuyas circunstancias desconocemos. ¿Cómo
mirar a los ojos de esos jóvenes que saben mejor que nosotros qué es trabajar
de sol a sol sin la certeza de reunir lo suficiente para la cena, que el éxito
depende de ellos, que si no lo logran es porque no han trabajado lo suficiente?
¿Cómo le digo a alguien que tiene demasiada hambre y está demasiado cansado
como para pensar con claridad, que debe tener visión y emprender?
Nosotros,
los afortunados con acceso a internet, tenemos la obligación moral de ayudar a
otros a abrir las puertas que nosotros encontramos abiertas. Nosotros, los
afortunados, tenemos que reconocer que nuestros éxitos también se los debemos a
vientos que han soplado a nuestro favor y tenemos que dejar de juzgar a quienes
no han tenido ni siquiera un velero desde el cual aprovechar los diferentes
vientos. Nosotros, los afortunados, tenemos que reconocernos como hijos de
nuestras circunstancias y obras de nuestros privilegios. Nosotros, los afortunados,
debemos entender que eso somos… afortunados.
[1] Según
el informe Alimento para la educación - Combatir la desnutrición infantil para
desbloquear el potencial y aumentar la prosperidad, elaborado por Save the Children, los niños que padecen desnutrición tienen menos
capacidad de conseguir leer antes de los 8 años de edad y un 19% de mayores
posibilidades de cometer errores en una lectura simple, además de la dificultad
para solucionar cálculos matemáticos.
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Muy buena entrada, me encantó.
ResponderEliminarMuy deacuerdo!!
ResponderEliminarMe encantó.
ResponderEliminarEncontré tu blog por casualidad y este artículo me gustó, trata sobre lo que he venido pensando hace unos años. Si no tienes las herramientas, que si te falta conocimiento nunca vas a querer buscar (lo que no se te' perdió - como dicen)..."Mientras más aprendo mas se que no se nada".... cómo es posible que un joven domiciliado en una localidad remota (lo más seguro sin televisión siquiera), es capaz de imaginarse que a algunos cuantos de kilómetros la gente se baña en una ducha dentro de la casa con agua tibia?. Nunca va a tener la curiosidad de saberlo, porque si no lo ve, es porque no existe. Y es crear la duda lo que nos hace falta para por lo menos desear y buscar oportunidades de cambiar las situaciones individuales en las que vivimos, es mostrarle al mundo maravillas y las capacidades que pueden ser obtenidas; para salir de la tan absurda ignorancia.
ResponderEliminarPor lo tanto, debemos ser capaces de con nuestro paso al menos crear duda, que sirva de alimento para los que no saben de todo lo que se pierden. Saludos
El comentario esta simplificado a la realidad es mas cruda. Las desigualdades están apoyadas por la misma clase que la sufre. También me considero afortunado de haber tenido buen viento a mi favor gracias a Dios. También critico el hecho de no haberlas aprovechado mejor. Pero el problema es tan profundo que ya las personas de muy bajito recursos no tienen posibilidades de competir por falta de herramientas tan claves como un pensamiento común fuera de una necesidad inmediata. Considero que somos carentes fe valor a la vida porque día a día nos humillan y eso deprime cualquier intensión de mejora hasta de forma inocente.
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